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miércoles, 7 de abril de 2010

Luis Carlos Galván





Por: Luis Carlos Galván
Estudiante de Derecho

El maestro de yoga pasó las manos por su cabeza, el desespero es notorio, mira a su alrededor una multitud de personas caminando con afán otros permaneces impotentes en sus autos por la imposibilidad de dejarlos abandonados es el paisaje que lo acompaña, sin duda no es el único que desea llegar pronto y a tiempo a su destino, el ambiente pesado y hostil es general solo andan felices un par de vendedores de helados y una joven rubia despampanante repartiendo volantes robándose las miradas de todos los transeúntes y despertando suspiros olvidado por un instante la realidad, es que un embotellamiento de 2 horas es una gran prueba a cualquier persona súper calmada como él.

El compás de las bocinas de los automóviles es un estribillo desazón, aun le retumban en sus oídos las palabras de su mamá hace unas horas- hijo hoy me enseñas como haces para controlar el estrés, recuerda el médico me dijo ayer que estoy así de enferma es por culpa del estrés.

¡carajo! ¡Carajo! No me podré calmar -logra imaginarse estando en la cumbre del Everest escuchando el sonido característico de las montañas y contemplando la majestuosidad de la vista más alta de la tierra, inoportunamente repica el celular devolviéndolo a su angustiosa situación; es el director de la Academia que lo está esperando se le acelera el palpitar de su corazón, ignora la llamada, ahora más que nunca quiere salir de este agobiante y estresante lugar, intenta hacer uno a uno los cientos de ejercicio de relajación que practica pero hoy ninguno es eficaz, constantemente le llegan a su cabeza la imagen de sus discípulos en clase, los mismo que ahora lo esperan en la ceremonia de grado, recuerda como sistemáticamente los incitaba a apartarse del mundo para que en esa quietud reencontrarse con su yo interior y poder escucharlo, todo parece una ironía burlesca, quizás el creador del universo se esté destornillando de la risa.


El maestro siente el peso del tiempo en su espalda llena de nudos al ver como cada minuto que pasa es un reproche interno por no cumplir lo que tanto predica, siente como lo invade una sensación profunda de frustración, el horizonte se adueña de su mirada, intempestivamente de un momento a otro baja el vidrio tomando un volante de publicidad de la Academia que le habían dejado en el parabrisas, sonríe y exclama: ¡ustedes ganan! Definitivamente me convirtieron en todo lo que les critique y les reproche.
Extiende su brazo enciende la radio sintonizando una emisora musical interrumpiendo de un tajo ese silencio afligido que se respira dentro de su auto, logrando por fin calmarse.

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