Medio de difusión literaria del
Taller Literario Glitza
Corporación Universitaria del Caribe CECAR.
Asesorado por RENATA
Ministerio de Cultura.

martes, 19 de mayo de 2009

Marta Urzola Alviz

MUERTO ESTA MEJOR


¬¡Buenas noches doctor!, me alegra verlo de nuevo en el bar.

Sonaron los canutillos de la cortina de guadua que separa el zaguán del salón. Ramón Peralta siguió a su cliente y lo acomodó en una de las mesas del rincón. La luz proyectaba una sombra lenta y amarillenta.
-Sírveme dos tragos-, le dijo antes de sentarse. Desde la barra a media luz y mientras preparaba el pedido, Peralta observó al doctor Fernández acomodar el abrigo en el espaldar de una silla, colocar sobre la mesa un maletín y sacar un paquete de papeles escritos. Llevaba la barba sin rasurar y la ropa con olor a húmedo.
-No hay nadie más en el bar y con esta noche fría y lluviosa, dudo que alguien venga hoy ¿puedes sentarte conmigo?-, le dijo sin levantar la cabeza. Peralta mostró interés. Era la primera vez en pedirle tomarse un trago con él. Acostumbraba llegar con sus amigos comentaban los negocios y reían felices. Hoy en cambio, se le notaba haber pasado en blanco la noche anterior. El abogado Fernández, como le decían otros, rectificó el pedido por una botella de aguardiente al tiempo que hojeaba el voluminoso documento. Buscaba con afán algunas páginas porque al encontrarlas le hizo seña con el dedo y sirvió las copas. Peralta se sentó orgulloso, le hubiera gustado hacer parte de esos grandes negocios.

...LOS HECHOS
Noviembre 11 de 2001
LA VECINA

Oí crujidos de vidrios rotos seguidos de gritos. Al asomarme por la ventana, la gente se agolpaba en la calle alrededor del cuerpo ensangrentado. Por la barba espesa lo identifiqué. Desee fuera un sueño. Subí y toqué la puerta del apartamento 502. Abrió Isabela, la esposa. Sudorosa, con las manos temblorosas, se tapó la cara. Medio le escuché decir: -¡Dios mío que hemos hecho!-. Señor Fiscal, me dieron ganas de estrangularla. La cortina de la sala se mecía por el viento. Los muebles en desorden y los adornos rotos en el suelo indicaban lo que había pasado. Por insinuación de ella llamé a la policía. Les dije: acaba de suceder una desgracia en este edificio, una persona se cayó por la ventana y parece muerta. Baje al escuchar las sirenas de los carros. Alguien pasó una sábana para arroparlo, guardé una absurda esperanza de que estuviera vivo y por lo menos, no sintiera frío con ese pijama delgado; pero los del CTI, eso decían sus vestidos, no dejaron acercarse al cuerpo. La policía había acordonado el sitio, empezaron a recoger muestras de él para llevarlas a Medicina Legal. El médico confirmó su muerte y la necesidad de autopsia. Sentí frío y me di cuenta de mi pantalón corto y la trenza despeinada. La policía subió al apartamento de Isabela y yo preferí encerrarme a llorar. Con él, las cosas eran diferentes. Lo veía y el corazón me latía sin control. La primera vez nos encontramos en Cartagena, después de la instalación del seminario al que asistíamos, golpeó en la puerta de mi alcoba, -¿puedo entrar?, no tengo sueño-. Tropecé con la silla, pensé recoger la bata para cubrirme y él sin rodeos me trajo de la mano en silencio hasta la ventana. Apretó mi cintura. Extendió entre sus dedos mi cabello, empezó a acariciarme y nos besamos. Como esa noche, fueron muchas durante dos años mientras estuve trabajando en el hospital como enfermera y él, como siquiatra. Nuestras comunicaciones eran permanentes por Internet, habíamos acordado irnos fuera del país, teníamos tiquetes y lista la maleta, solo esperaba la transferencia del dinero a mi cuenta. Recibí un mensaje terminando la relación porque él se quedaba con su familia. No le creí. Era como cambiar de vestido y zapatos y echarlos a la basura. ¿Dónde quedaron las palabras bonitas? Parecía no escrito por él. ¿Comprende mi situación?, soy casada, vivo en el mismo edificio, me retiré del trabajo y no tengo dinero. Tal vez, muerto está mejor. Bueno, en estas condiciones usted comprenderá se hacen y dicen cosas extrañas.

-¿Usted se encontró con el señor Carlos Aguirre el día 30 de Octubre?

-Si señor. Nos encontramos aproximadamente a las cinco de la tarde, en el motel El Paraíso. Esta vez cada uno llegó por separado. Me fui vestida como para una corrida de toros pensaba en una faena difícil. Pero no, fue una entrevista corta, ratificó su cambio de opinión y al final me contó que el dinero había sido sacado de su cuenta y transferido a otra. Parecía indignado. Pedí tomarnos una copa de Brandi como acostumbrábamos, lo miré fijamente y noté su tristeza, pero yo venía preparada. No tenía más que perder. Salimos cada uno por su lado. Señor fiscal: con los sentimientos de una persona no se juega.
-Ratifique su nombre
-Soy Rosalba Linares, casada hace 11 años. Trabajaba en el Hospital Central y mi dirección actual es la carrera 4 #46-21, Edificio Longines, en esta ciudad.
-¿Su seudónimo en el Internet es Rosalía?
-Si señor, ese es.

…Noviembre 10 de 2001
LA ESPOSA

Octavio, nuestro hijo, entró al cuarto y me entregó muchas hojas impresas. Dijo que leía el correo electrónico de su papá y esos eran algunos de los mensajes. Al principio dudé del contenido porque ellos habían discutido por dinero la noche anterior. Lo calmé diciéndole que entendiera a su padre a lo mejor se lo daría al otro día. Pero no aceptó explicaciones, levantó la voz para decirme que no podría vivir bajo el mismo techo con él, tiró las hojas encima de la cama y decía: -¡míralas!, ¡léelas!, eso es lo que es mi padre un traidor contigo, ¿no te das cuenta?, te engaña con una mujer joven y hermosa, ¿no me crees? Yo abría los ojos viendo aquella transformación; nuestro hijo había sido un joven respetuoso, -¿Ah, no me crees?, ¿quieres que te lleve a una de sus citas?-, continuaba gritando. Palidecí. Mi relación con Carlos era corriente, después de veinte años de matrimonio ya no se espera nada especial. El no tenía tiempo para compartir en casa y en los mensajes encontré la respuesta. Abracé a Octavio y lloramos. Sentí deseos de vomitar. Le pregunté a mi hijo que cómo había hecho para saber eso de las claves y me contestó, que no era difícil entrar a los correos de otras personas; que él mismo (su papá) tenía la culpa por haberlo obligado a estudiar sistemas y a exigirle excelencia para cancelarle la siguiente matrícula. Pues ahí tiene la excelencia, me ha convertido en Hacker, además, continuaba, le conozco el manejo de sus cuentas bancarias y no te imaginas quién es la tal Rosalía. ¿Cómo, un hacher?-, ¿cuentas bancarias? ¡Hijo!, ¡Por Dios! ¡Eres de esos…, delincuentes cibernético!, le grité. Cada cosa me producía mayor confusión y no quise seguirle preguntando acerca de la mujer de los mensajes. Le hice jurar me dejara resolver el problema. Señor Fiscal: la humillación de creer que mis 20 años de trabajo en un laboratorio clínico y en el hogar, no eran suficientes para estar con él y que por el contrario una mujer joven, seguramente talentosa, si podía disfrutar lo nuestro me hacía hervir la sangre de ira. Pues no. Mi cabeza dio vueltas desde ese día sobre las soluciones, por eso deseaba sucediera algo para liberarme de él. Pasaron los días y fue hasta el 30 de Octubre en la noche cuando oímos, antes de lo acostumbrado, el tintineo de las campanitas chinas. Salí a su encuentro. Contó de un viaje fuera del país al Congreso Mundial de Psiquiatría en dos días, es decir saldría el primero de noviembre. Se veía inquieto y pálido. Entró al baño y escuché un vómito. Me pidió agua aromática. Yo sospeché que algo se traía en mano. Manifestó ganas de ducharse para después consultar el Internet. Octavio me miró y se fue al estudio. Encendió el computador. Señor fiscal, mi corazón decía que algo grave ocurriría. Carlos regresó en pijama y encontró la página abierta del banco con el saldo disminuido y en su correo había un mensaje a Rosalía donde le decía del viaje en dos días. Agarró a Octavio por el cuello de la camisa, le dio una cachetada, arrancó los cables del equipo, cayó el monitor al suelo y lo destruyó a patadas dispersándose los pedazos por todas partes. Se cagó en los calzones y sudaba; su olor era a huevo podrido; se rascaba el cuerpo. Pensé en un infarto. No dijo nada de la mujer, solo que, -los voy a denunciar a la fiscalía porque son unos ladrones de mierda-, y tú, le respondió Octavio, eres un farsante y traidor. Se empezaron a dar golpes y Carlos le gritó: -¡te voy a matar!-. Señor fiscal, nos habíamos transformado en verdaderos animales rabiosos. Trastrabillando cayó encima de la mesa cerca al ventanal y con voz rara murmulló: -me van a decir, muerto esta mejor-. Octavio dio un portazo y se fue.
-¿Y usted que hizo?
-Aproveché que parecía borracho y le lancé varios golpes, gritándole que se pudriría en el infierno. Trató de defenderse. Le aruñé la cara. Pudo agarrarse de un vidrio y no lo hizo. Con su peso acabó de romperlo.
-¿Porqué no le ayudó, si sabía lo del vidrio flojo de la ventana y que por eso tenían muebles ahí?
-Por que en mi corazón no había lugar para la compasión sino para la venganza. Ahora también pienso que muerto está mejor. Perdóneme, lo que he dicho. Ya no puedo seguir hablando mi corazón está destrozado con lo sucedido.
-¿Qué sabe de su hijo?
-Esa noche no vino a dormir y aún no se dónde está
-¿Y el dinero?
-Se confirmó la transacción a la cuenta de Octavio.
-¿Su hijo, estuvo en la escena de los hechos?
-En parte de ellos.
-Confirme sus datos personales
- Si señor, me llamo Isabela Perea y esa es la dirección de la casa de mi madre.
-¿Ha cumplido con su detención domiciliaria?
-Sí señor.

Ramón Peralta suspira. Han pasado dos horas y no comprende la lectura. Observa los papeles y deja la mirada fija en el rostro transfigurado del doctor Fernández; cualquiera como él, moreno, corpulento, de cuarenta años, con escasa educación estaría confundido con la idea de un delito en la red, un homicidio o suicidio, sin embargo, mantuvo su boca cerrada. Sirvió dos tragos y enseguida dos más que pasaron directo. El abogado ya mostraba cansancio y le dijo:
-Mañana cuatro de marzo es la sentencia y estoy asustado-.
– ¿Porqué?-, preguntó Peralta sorprendido. Había escuchado que los abogados no sentían miedo.
-Por que Rosalía es mi mujer, soy su abogado y sin duda es la culpable-, asintió.

Peralta tragó saliva. Con los ojos vidriosos y la voz quebrada el abogado le siguió contando cómo la veía salir con su falda corta ceñida y los senos a punto de reventar por encima de la blusa y de estúpido creía que lo hacía para él. Le decía sin pena: -y lo que más me duele es que copulábamos como leones, no hacíamos el amor: nos apareábamos; no había momento, sitio y parte del cuerpo inoportuno: todo lo teníamos permitido-. Peralta se sobó los labios con la lengua. El abogado, cerró el paquete de papeles y los guardó en el maletín. Miró a Peralta:
-Tengo que pensar en la defensa o el alegato-.
Se paró, pidió el abrigo y la cuenta-. Peralta fue por la cuenta y le entregó el abrigo. La lluvia caía y la neblina hacía más fría la noche. Sonaron los canutillos de la cortina de guadua en el zaguán que conduce a la salida. Con una palmada en el hombro, lo despidió:

-¡Buena suerte mañana doctor!

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